El editor sevillano Pedro Tabernero presentó en Madrid las dos últimas entregas de su colección “Un gozo en mi pozo” El empeño del editor sevillano Pedro Tabernero, que tantos milagros lleva ya como responsable del grupo Pandora, continúa impertérrito y, después de aquel Espacio de Juan Ramón Jiménez para inaugurar su colección “Un gozo en mi pozo”, llega ahora con dos títulos que solo en principio parecen dispares: la Canción a mí mismo del norteamericano Walt Whitman y el Poema del cante jondo de Federico García Lorca. Ambos volúmenes, generosamente editados -con buena solapa, rico papel y voluptuosas pinturas reproducidas- se presentaron hace unos días en el Centro Cultural La Fábrica, en la madrileña calle Verónica. En el acto intervinieron algunos de los responsables de la edición: Tabernero, los autores de los estudios previos de ambas ediciones, como son Juan Ignacio Guijarro en el caso de la de Whitman –cuya traducción corre a cargo de Antonio Sancho Villar- y Manuel Moya y Francisco Javier Escobar en el caso de la de Lorca. Al poeta andaluz lo ilustra el pintor de la Sierra Sur sevillana Juan Torres. Al poeta norteamericano, el cubano Michel Moro. El primero de los títulos fue autoeditado por su autor en 1855 en aquel país llamado a convertirse en la primera potencia mundial y en las vísperas de una guerra civil que destrozaría la nación antes de consolidarse. El segundo lo publicó Lorca una década después de haberlo escrito, en 1931, aunque también en vísperas de otra guerra civil, la que se lo llevaría a él por delante. Encima, ambos libros están escritos sobre el rumor telúrico que ambos poetas tenían tan interiorizado: Lorca por haber mamado, desde la Vega de Granada, todo aquel mundo de campesinos y gitanos que configurarían su universo poético; Whitman, tres cuartos de siglo antes, por haber cimentado su escritura en el periodismo neoyorquino en el que se bregó antes de convertirse en poeta. En 1929, cuando el poeta andaluz llegó a Nueva York con la excusa de aprender inglés y sin sospechar aún que solo después de asesinado vería la luz aquel libro fundamental titulado Poeta en Nueva York (1940), escribiría una “Oda a Walt Whitman” cuya estrofa más celebrada ha sido cantada para la posteridad: “Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, / he dejado de ver tu barba llena de mariposas, / ni tus hombros de pana gastados por la luna, / ni tus muslos de Apolo virginal, / ni tu voz como una columna de ceniza; / anciano hermoso como la niebla / que gemías igual que un pájaro / con el sexo atravesado por una aguja, / enemigo del sátiro, / enemigo de la vida / y amante de los cuerpos bajo la burda tela”. En ambos casos se trata de los poetas más emblemáticos de sus respectivas tierras. “Ya había leído Song of Myself en varias ocasiones antes de embarcarme en el acto tremendo de traducirlo”, reconoce Sancho Villar en un precioso texto previo en el que anima a los lectores a “hacer poesía cada vez que vean una hoja de hierba”. El traductor insiste en que la gran obra de Whitman es “una amalgama mágica de los contrarios, de la muerte y de la vida, de lo carnal y lo moral, de la tristeza y la alegría, todos ellos presididos por un sentimiento general de maravilla y agradecimiento ante el hecho imposible de existir, ante el milagro de una brizna de hierba o una batalla naval, igualadas ambas cosas en la escala cósmica de Whitman”. Qué parecido, en realidad, a Lorca, máxime si el propio traductor insiste luego en señalar que para el poeta norteamericano “el individuo es una fuerza del universo” y “cada parte es tan digna y poderosa como el todo. Para la física cuántica y la mística esto no es una contradicción”. Enlace a la fuente original
El empeño del editor sevillano Pedro Tabernero, que tantos milagros lleva ya como responsable del grupo Pandora, continúa impertérrito y, después de aquel Espacio de Juan Ramón Jiménez para inaugurar su colección “Un gozo en mi pozo”, llega ahora con dos títulos que solo en principio parecen dispares: la Canción a mí mismo del norteamericano Walt Whitman y el Poema del cante jondo de Federico García Lorca. Ambos volúmenes, generosamente editados -con buena solapa, rico papel y voluptuosas pinturas reproducidas- se presentaron hace unos días en el Centro Cultural La Fábrica, en la madrileña calle Verónica. En el acto intervinieron algunos de los responsables de la edición: Tabernero, los autores de los estudios previos de ambas ediciones, como son Juan Ignacio Guijarro en el caso de la de Whitman –cuya traducción corre a cargo de Antonio Sancho Villar- y Manuel Moya y Francisco Javier Escobar en el caso de la de Lorca. Al poeta andaluz lo ilustra el pintor de la Sierra Sur sevillana Juan Torres. Al poeta norteamericano, el cubano Michel Moro. El primero de los títulos fue autoeditado por su autor en 1855 en aquel país llamado a convertirse en la primera potencia mundial y en las vísperas de una guerra civil que destrozaría la nación antes de consolidarse. El segundo lo publicó Lorca una década después de haberlo escrito, en 1931, aunque también en vísperas de otra guerra civil, la que se lo llevaría a él por delante. Encima, ambos libros están escritos sobre el rumor telúrico que ambos poetas tenían tan interiorizado: Lorca por haber mamado, desde la Vega de Granada, todo aquel mundo de campesinos y gitanos que configurarían su universo poético; Whitman, tres cuartos de siglo antes, por haber cimentado su escritura en el periodismo neoyorquino en el que se bregó antes de convertirse en poeta. En 1929, cuando el poeta andaluz llegó a Nueva York con la excusa de aprender inglés y sin sospechar aún que solo después de asesinado vería la luz aquel libro fundamental titulado Poeta en Nueva York (1940), escribiría una “Oda a Walt Whitman” cuya estrofa más celebrada ha sido cantada para la posteridad: “Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, / he dejado de ver tu barba llena de mariposas, / ni tus hombros de pana gastados por la luna, / ni tus muslos de Apolo virginal, / ni tu voz como una columna de ceniza; / anciano hermoso como la niebla / que gemías igual que un pájaro / con el sexo atravesado por una aguja, / enemigo del sátiro, / enemigo de la vida / y amante de los cuerpos bajo la burda tela”. En ambos casos se trata de los poetas más emblemáticos de sus respectivas tierras. “Ya había leído Song of Myself en varias ocasiones antes de embarcarme en el acto tremendo de traducirlo”, reconoce Sancho Villar en un precioso texto previo en el que anima a los lectores a “hacer poesía cada vez que vean una hoja de hierba”. El traductor insiste en que la gran obra de Whitman es “una amalgama mágica de los contrarios, de la muerte y de la vida, de lo carnal y lo moral, de la tristeza y la alegría, todos ellos presididos por un sentimiento general de maravilla y agradecimiento ante el hecho imposible de existir, ante el milagro de una brizna de hierba o una batalla naval, igualadas ambas cosas en la escala cósmica de Whitman”. Qué parecido, en realidad, a Lorca, máxime si el propio traductor insiste luego en señalar que para el poeta norteamericano “el individuo es una fuerza del universo” y “cada parte es tan digna y poderosa como el todo. Para la física cuántica y la mística esto no es una contradicción”. Enlace a la fuente original