por Juande Mellado. Director General de Canal Sur Radio y Televisión

 

A mitad del Siglo XX  André Bretón, uno de los últimos visionarios intelectuales, profetizó que “la belleza será convulsa o no será”, en un intento de trasladar al arte la necesidad de reinventarse, de estar en continuo movimiento, de ser una permanente provocación. Para Marcel Duchamp, la obra artística debe originar en el espectador lo que  por sí misma no puede: “el que hace el cuadro es el que lo ve”, en palabras del creador del Dadaísmo.

 

Como si hubieran hecho suyas las premisas de los maestros del Surrealismo, los medios de comunicación han entrado  en los últimos años en un vertiginoso proceso de transformación, obligados por los avances tecnológicos y los cambios en el consumo, en el que  han tenido que incorporar nuevas vías para trasladar un mensaje que, además, ha dejado de ser unidireccional: el receptor ha pasado a ser también emisor.

 

El timing inverso de la evolución de la comunicación comenzó con la pérdida de terreno  de los medios impresos. En un primer momento los medios escritos cedieron ante el empuje de los audiovisuales; pero en un breve periodo de tiempo, la imagen y el sonido lineales perdieron a marchas forzadas el sitio frente a la digitalización. Y en el último salto, esta vez casi al vacío, las redes sociales se han adueñado de la comunicación, empeñada a toda costa en la inmediatez.

 

Un análisis apresurado y excesivamente simple podría concluir que los medios de comunicación tal y como los conocemos han muerto. El consumidor de información los ha rechazado o los ha relegado a un papel casi simbólico, han sido domesticados por la frescura de la juventud de los mensajes de Twitter, Facebook o Instagram. En las redes sociales el consumidor se convierte, de inmediato, en productor/creador de información, el feedback está asegurado,  la sensación de dominio sobre la comunicación eleva la autoestima del usuario y lo conduce a convertir al medio en preferente.

 

Un panorama tan desalentador para los medios encuentra una grieta  precisamente en la propia fortaleza del monstruo que los fagocita; mientras mayor es la extensión de las redes sociales y mayores son los replicantes de información,  mayor es la necesidad de un periodismo de calidad y de información contrastada. Las redes sociales pierden credibilidad en proporción aritmética a su crecimiento, a diferencia del buen periodismo que prima la calidad frente a la cantidad. La audiencia acude y confía en el medio capaz de ofrecer información cercana y veraz.

 

Los usuarios están empezando a considerar  que la comunicación ni puede ni debe ser convulsa. El retorno a los medios, tal y como se entendían hasta principios de siglo, no puede ser inmediato,  ni tampoco la vuelta será a la antigua usanza. La comunicación de cercanía, accesible y con todas las ventajas de movilidad que ofrece la digitalización se presenta como el futuro más esperanzador, en el que las redes sociales también jueguen su papel. Para ello el control sobre los bulos y la desinformación, deberá ser exhaustivo y los medios están obligados a la auto regulación y la implantación de mecanismos precisos de verificación.

 

Las OTT son hoy la respuesta más fiable; las plataformas de contenidos bajo demanda atienden a la necesidad del consumidor de acceder en cualquier momento y desde cualquier lugar a la información disponible, al entretenimiento y a una cartera de servicios lo más amplia posible. Los podcast tienen cada vez más seguidores y, de manera habitual, los medios los producen y los ponen a disposición de la audiencia sin antes haberlos lanzado al aire dentro de una parrilla de programación lineal. Tanto las plataformas de contenidos  bajo demanda como los podcast  multiplican  la oferta;  en un solo click el consumidor puede pasar de consultar los datos del cierre de la bolsa en Tokio, al tiempo del fin de semana en Costa Ballena, el primer capítulo de “Desconocidas”, o la última emisión televisiva de “Saque Bola” en 1989.

 

La nube ha provocado la gran convulsión en los medios, se ha convertido en el gran contenedor. Los medios han cambiado el soporte o están en camino de cambiarlo. La comunicación se ha convertido en un intercambio muy veloz entre el productor y el consumidor de contenidos a través  de cualquier terminal con acceso a internet. Pero las exigencias de la comunicación no se han transformado, siguen siendo la credibilidad y la fiabilidad, la veracidad en definitiva, y a ellas se deben los medios sea cual fuere el soporte que utilicen. El buen periodismo sigue siendo el eje central de la comunicación y está tan vivo como el primer día.

 

El último elemento del engranaje, o quizás el primero, el reto de la financiación, no está resuelto para productores, consumidores y medios.  Por un lado la publicidad, hasta hace poco el único medio para financiar la emisión de contenidos, también está obligada a reinventarse y busca nuevas vías todavía por definir. Por ejemplo, la nueva ley audiovisual aún en proceso parece que apunta a la regulación de la publicidad de los vloggers, de manera que  los influencers podrían verse sometidos a una regulación si no similar, sí con elementos parecidos a los que maneja la CNMC para los medios audiovisuales. 

 

Por otro lado, el consumidor debería aprender que  elegir nunca sale gratis y que la versatilidad que ofrecen las plataformas de contenidos bajo demanda tiene un coste que, en mayor o menor medida, tiene que contribuir a sufragar.

Este artículo forma parte de nuestra publicación «Hacia dónde avanza la comunicación: 25 reflexiones imprescindibles».