por Manuel Sánchez. Consultor en Comunicación y socio de la APC
El aniversario de la APC – 25 años, ni más ni menos – puede ser un momento de reflexión sobre el papel y la responsabilidad de los periodistas y profesionales de la comunicación en una etapa marcada por una crisis sin precedentes. Soy consciente de que estas líneas son mas adecuadas para una parte de la profesión, pero he preferido recoger los puntos de vista de tres excelentes informadores.
He podido hablar en los últimos meses con varios colegas de diversas partes del mundo[1], para entrever líneas de trabajo que puedan ser de ayuda a los que nos dedicamos a estas tareas. Como resultado de estas reflexiones, he recogido (ante todo para consumo personal) algunas conclusiones y posibles enfoques que pueden orientar los retos que tenemos por delante. Comparto aquí unos breves apuntes, que se pueden resumir en las cinco últimas propuestas.
Lo primero que se podría destacar es que la actividad periodística e informativa no parece estar en crisis. Es la prensa, son los medios tradicionales, los que están en dificultades – como argumenta Cristian Pizarro – tanto desde el punto de vista empresarial, por las dificultades ligadas a la transformación digital, como desde la perspectiva de la desaparición de un modelo de negocio, que ya está anticuado.
Otra clave para interpretar el momento actual es lo que Pizarro llama «el papel social de los medios tradicionales«: hay periódicos o empresas periodísticas que son instituciones de referencia. Es el caso, por ejemplo, de El Mercurio de Chile, La Nación de Buenos Aires, El Comercio de Lima, El Tiempo de Bogotá, el New York Times o el Times de Londres. ¿En qué medida esta dimensión institucional se ve afectada por una crisis como la que estamos atravesando? Los periódicos (o las empresas periodísticas) con este estatus se enfrentan a un doble reto: tienen que informar, pero al mismo tiempo tienen que «salvaguardar» – con mucho más celo que otros – su deber de ser un punto de referencia serio para los ciudadanos. Esto implica ser especialmente cuidadosos en el tratamiento de la información, para no sembrar miedos, enfados, u odios, así como para comprobar y volver a comprobar lo que se publica, porque en tiempos como los nuestros, la presencia de noticias falsas y bulos son habituales.
Pablo Ordaz, por otra parte, recuerda «Si nos atenemos a la vieja definición de periodista -el tipo que corre hacia el fuego o el terremoto mientras la gente normal huye-, no tendremos más remedio que olvidarnos de nuestros problemas e ir a informar lo mejor posible de lo que está ocurriendo. Estamos en un momento apasionante y decisivo en el que tendremos que dejar de mirarnos el ombligo, dejar de quejarnos de la crisis del periodismo, dejar de tener miedo a ser sepultados por las redes sociales y dedicarnos sin complejos a lo que hacemos». Según el periodista sevillano, los ciudadanos quieren saber, «quieren que les contemos historias, que les ayudemos a separar el trigo de la paja, los datos verdaderos de los falsos». Y para ello debemos volver a ser conscientes de la grandeza de la profesión. Según Ordaz, los periodistas -su análisis coincide con el de Cristian Pizarro- se han asustado por el empuje de las redes sociales, el ruido de Twitter, la cháchara de Facebook, el espejo blanco de Instagram. En otras palabras, la iniciativa se ha perdido durante demasiado tiempo: “no era raro preguntar en las redacciones – dice Pablo Ordaz-: ¿qué dicen las redes? ¿qué es tendencia? Ah, vamos a centrarnos en eso, porque funciona, porque crea una audiencia….Era lógico que sucediera, y estas redes, si se utilizan bien, pueden tener su función y pueden servir como herramienta útil. Pero el periodismo es otra cosa: es ir a los sitios, leer y estudiar, observar, tratar de entender lo que pasa entrevistando a los que tienen cosas que contar, escribir bien, informar bien, ofrecer al lector -o al oyente, o al espectador- las certezas que podemos encontrar y también advertirle de nuestras dudas, de los peligros de las zonas oscuras».
Alguien dirá: sí, pero todo eso es caro. Y es cierto, es muy caro. En tiempo, en dedicación, en preparación, incluso en medios. «Pero creo que es la única salida», confirma Ordaz: «En El País nos embarcamos en la aventura de concienciar al lector precisamente de eso, de que el periodismo es caro, no es gratis. ¿No es barato tener una red de corresponsales, de periodistas especializados, de buenos narradores? Pero vale la pena».
En otros ámbitos de la vida, todos desconfiamos de los productos excesivamente baratos, por no decir gratuitos. Y por otro lado, se ha impuesto la convención de que la información es libre, en gran medida porque se confunde la opinión con la información, y nosotros mismos y los medios de comunicación somos en gran parte responsables de ello.
La opinión es muy barata. Todos tenemos la nuestra y un teléfono en la mano que nos permite distribuirla gratuitamente. Además, cuanto más extravagante sea, más éxito tendrá en algunos foros. «Nuestro reto es otro: – dice Pablo Ordaz – es ayudar al público, desorientado tanto o más que nosotros por la avalancha de información mezclada con opiniones que le llega cada día, a distinguir entre lo que es una cosa y lo que es otra, y para eso no hay más solución que volver al principio. Creer en la profesión, en el impulso que nos ha traído hasta aquí, sin atajos ni arabescos. Si el periodismo está en crisis, es una mala noticia. La buena noticia es que la única salida es el buen periodismo». Gonzalo Peltzer, coincide básicamente con estas opiniones. Según el analista argentino, el periodismo se mantendrá por lo que los lectores paguen por él. Estamos avanzando hacia un modelo que paga por lo que consume. Pero cuidado, ya que seguimos explotando el modelo de suscripción: incluso en Internet y en el New York Times seguimos pagando por mucha información que no utilizamos.
En otras palabras, el modelo publicitario que ha sostenido la industria durante los últimos cien años ha enriquecido a sus empresarios, pero también ha comprometido su independencia. El cambio de modelo que se está produciendo tiene dos consecuencias: las empresas periodísticas dejarán de ser ricas y se volverán independientes. De este modo, las empresas periodísticas, incapaces de ofrecer un periodismo de calidad, morirán.
Para Peltzer, el periodismo no es sólo contenido o información. No se trata de llenar tarros con puré de tomate. La idea de la industria de contenidos admite tanto la basura como la verdad, y los gestores siempre preferirán contenidos baratos al menor precio posible. Pero esto no es periodismo. El periodismo busca la verdad que cambie la realidad, avanzando hacia la mejora de la misma. «Para ello necesitamos un trabajo mental más que de producción», dice Gonzalo Peltzer. «Es esencial contar con personas de talento en las redacciones. Tenemos que ahorrar dinero en otras cosas, pero nunca en talento», concluye el argentino.
«En los últimos años, cuando intentaron convencernos de que estábamos en una industria de contenidos, las universidades abandonaron sus escuelas de periodismo para crear facultades, primero de ciencias de la información y luego de comunicación, que se dedicaron a estudiar un fenómeno social que nada tiene que ver con la profesión de quienes buscan la verdad necesaria para la sociedad. Deberían volver a la idea de las viejas escuelas de periodismo», dice Peltzer, «que tal vez deberían recrearse en las facultades de letras y no en las de comunicación». Y no deben abandonar la prerrogativa de formar a los periodistas, a los que hay que enseñar lo esencial: a amar la verdad, a hablar, leer y escribir».
Concluyo con cinco ideas que resumen el sentimiento común de los tres periodistas:
- La crisis pandémica, y todo lo que ha generado, ha hecho que los medios de comunicación tradicionales (y los periódicos en particular) tengan que enfrentarse a los retos de la transformación digital. Desde hace algún tiempo, los medios de comunicación se han desentendido del cambio y el reinicio se ha retrasado. Probablemente no habrá otra oportunidad y tenemos que aprovecharla.
- La cifra de lectores está en su nivel más alto de los últimos tiempos. La gente tiene más tiempo y «consume más medios tradicionales». Esto nos hace ser parcialmente optimistas. Como señala el profesor Ramón Salaverria, de la Universidad de Navarra, «los medios de comunicación no consiguen nada con tener anuncios si no tienen audiencia para informar, educar y entretener». Esta será la clave de la recuperación: reencontrarse con el público que, por diversas razones, le había sido esquivo en los últimos tiempos.
- Las redes serán las grandes perdedoras de esta crisis.
- Los periodistas y quienes nos dedicamos a esta noble profesión nos hemos visto obligados a dejar la «vieja normalidad» y afrontar nuestro trabajo con más esfuerzo, sacrificio, más formación y más creatividad. Ser más adaptable y, quizás esto es lo más importante, ver el rostro del dolor, de la pobreza, de la enfermedad, en general de la condición humana en sus diferentes facetas. El imperativo que surge aquí es la obligación de ser empáticos con estas realidades y estos dolores. De este modo, no olvidemos nunca que el periodismo no es un simple relato de la realidad, sino una actividad que puede hacer mucho para que el mundo sea un lugar mejor para vivir.
- La crisis del periodismo debe resolverse con un periodismo de calidad. Los lectores necesitarán, más que nunca, un periodismo bien elaborado, con datos fiables, opiniones serias, honestas y éticas, para saber cómo gestionar un mundo nuevo.
[1] Cristian Pizarro, subdirector de El Mercurio de Chile. Pablo Ordaz escribe para El País desde 1989. Ha sido corresponsal del periódico en México, América Central y Caribe desde el 2007 al 2011, y desde entonces hasta el 2017 en Roma y Vaticano. Gonzalo Peltzer, director general de El Territorio (Argentina). Vicepresidente de Radio Cultura de Buenos Aires.