por Aurora Gilabert. Periodista en Canal Sur Televisión
Me enfrento a un papel en blanco para explicar una experiencia que tuve a los veinte y pocos años. Fue una experiencia profesional, personal, de amor, que emprendí por iniciativa propia, porque mi boca, mi ser interior, mi mente…yo entera, tenía un hambre inmensa de morder la manzana de la vida, de comerme el mundo a mordiscones, de notar cómo se me derramaba por la comisura de los labios todo el jugo de la existencia.
GUERRA DE YUGOSLAVIA… 30º AÑOS DE DOLOR
Miedos profundos, diversos, enormes, redondos, de todos los colores se acumulaban en mi “cabecita”, pero aún así, me dije que aquello era valentía, y que sí, que me gastaba un pastizal en ser “autoenviada especial” a la Guerra de Yugoslavia, el cerco de Sarajevo, año 1992.
Mis vacaciones de contratada las dediqué a tamaña empresa. Encontré lo peor y lo mejor del ser humano, sin refinaciones, en bruto, con impacto directamente en el corazón.
Trabajé sin descanso, pero muy enamorada de todo. Nunca me había planteado la muerte, el hecho ineludible de que un buen día, sin más, llega la muerte y no hay nada, absolutamente nada en el mundo que lo evite, porque es la ley de la propia Vida.
Ese vacío que se abre en los pies, aprender a ser astronauta de la Vida y de la Muerte ¿Y cómo pasar la vida? Desde luego, coger un Ak 49, y pegar tiros, no era la mejor manera.
Y…¿Ser testigo de una guerra?
Y…¿Presenciar el Cerco de Sarajevo?
Porque en el fondo, me creía que aquello se podía parar. Que sin testigos internacionales, que sin prensa independiente, aquello iba a ser más largo, más atroz. Y antes de aquella experiencia, ya había querido participar en una cadena humana de Paz en Irak, para impedir, en 1991, la Primera Guerra del Golfo.
¡Cuanta Paz buscaba dentro de mí, luchando fuera contra la Guerra! Pero entonces, veía valentía, donde había cierta cobardía para tirarme a la piscina de mis agitadas aguas interiores.
Sin aquella experiencia no sería la mujer que soy ahora. Bendigo cada minuto de los 42 días que pasé en el Cerco de Sarajevo, viviendo en la Televisión Pública de Bosnia. Bendigo cada bombardeo, cada naranja regalada por los trabajadores de Eurovisión, que iban la mar de bien equipados.
Bendigo cada beso a los niños de las familias refugiadas en aquella TV, las lágrimas en la lluvia. Bendigo cada abrazo, y cada risa, cada instante de Vida y aquellas manos pintadas de rojo que en una cristalera de aquel edificio me revelaron que formaba parte de una gran familia, la de la Humanidad.
Este artículo ha sido escrito -y publicado- en Mujeres Valientes.