por Juan Carlos Blanco. Consultor de comunicación y asuntos públicos

 

En esta era en la que todo se transforma en tiempo real, quizás haya pocas cosas más estériles que ponerse a discutir sobre si es necesario cambiar las estrategias de comunicación de las empresas para adaptarlas a las nuevas necesidades, inquietudes y hábitos de los ciudadanos. Pues claro que sí. Y la pregunta que hay que hacerse no es si hay que cambiar, sino por qué demonios no lo hemos hecho ya. 

 

Pensad en vosotros mismos y en cómo os manejáis en el día a día. Ya no sois los mismos que escuchabais la radio, ojeabais el periódico y veíais un telediario al caer la noche. 

 

Ahora, cuando os levantáis, consultáis el correo electrónico por si a alguien se le ha ocurrido mandaros un mensaje de madrugada, echáis un vistazo al whatsapp y a Twitter y puede que en el camino a vuestras empresas os pongáis un podcast en el coche o sintonicéis una tertulia de radio…en alguna aplicación de internet. 

 

El terreno de juego ha cambiado. Hemos pasado del periódico de papel al Spotify y del contestador automático al FaceTime. Las notas de prensa han muerto. Y los resúmenes que llegaban a las mesas de los principales ejecutivos de este país, también. Los chicos ‘leen’ noticias en Instagram. Y los abuelos, en los grupos de whatsapp que les montan sus nietos. 

 

La conversación pública se ha trasladado a las redes sociales y a los canales de mensajería y el lenguaje se ha hecho audiovisual y persigue la viralización de los contenidos con mensajes donde prevalecen las emociones sobre las razones. 

 

Todo con tal de levantar la mano y lograr que te escuchen en medio de la cacofonía histérica de unas plataformas sociales contaminadas por la pandemia devastadora de desinformación y falsedades. 

 

Pero lo que no cambia son los valores que marcan las estrategias de las empresas que tienen vocación de permanencia ni tampoco los objetivos que anhelan como un santo grial 4.0.

 

Hoy, que discutimos sobre si habrá un metaverso después de la supuesta muerte de algunas redes sociales, las empresas deben seguir centradas en lo esencial, olvidarse del ruido y centrarse en el retorno a los principios básicos que marcan no sólo qué queremos comunicar sino, lo más importante, cómo queremos que nos conozcan, qué queremos que piensen de nosotros. 

 

En una sociedad donde es tan difícil capturar la atención de los ciudadanos y donde la histeria del cortoplacismo anula el buen juicio, el mantra que adoptarán las empresas seguirá siendo el de centrarse en llenar el depósito de combustible de la confianza de los ciudadanos, ésa que les permitirá continuar ganándose la reputación de marca amigable y comprometida con la sociedad a la que presta sus servicios. 

 

Somos, más que nunca, cazadores de confianza y guardianes de nuestra reputación. Y para ser efectivos en ambos objetivos, tendremos además que empecinarnos en ser coherentes en nuestros discursos para que lo que prediquemos sea exactamente lo mismo que luego practicamos en nuestro día a día. 

 

Sólo así nos ganaremos la licencia social para seguir operando y para seguir siendo empresas en las que se pueda confiar. 

 

Y os preguntaréis cómo se logra. 

 

Primero: combatiendo nuestras inercias. Todos tenemos un fondo de armario que nos cuesta renovar, con perchas de donde cuelgan nuestras opiniones, nuestros juicios de valor y también nuestros prejuicios. En comunicación, esas perchas pesan aún más. Decimos que creemos en el cambio, pero luego somos refractarios a él Y así, nos encontramos que hay empresas que comunican en la era del Tik Tok como si todavía existiera la Hoja del Lunes.

 

Segundo: esforzándonos en entender la sociedad en la que vivimos y en captar cuáles son las corrientes climáticas por las que se mueve la opinión pública. No hay una buena comunicación que no conecte con los anhelos de la gente. El cambio climático, el Me Too, la salud mental…¿hablábamos de todo esto hace sólo cinco o seis años? ¿Deben las empresas ser proactivas a la hora de posicionarse públicamente sobre este tipo de asuntos o mejor que se dediquen sólo a contar lo que venden? 

 

Y tercero: asumiendo que el cambio es constante y permanente y que aquel que no sea capaz de encontrar un GPS para comunicar en este terreno tan incierto, puede terminar expulsado del mercado. 

 

Todo esto no es fácil. Pero este mundo ya no está hecho para hombres y mujeres con el síndrome del avestruz. Hoy, si no comunicas, no existes. Y si no comunicas, alguien comunicará por ti. Tú decides dónde quieres estar y cómo quieres comunicar. ¿A qué estás esperando para hacerlo?

Este artículo forma parte de nuestra publicación «Hacia dónde avanza la comunicación: 25 reflexiones imprescindibles».