por Antonio Checa Godoy. Historiador y periodista

Con la perspectiva que dan las tres décadas transcurridas desde el inicio de la popularización de internet, podemos afirmar que los medios tradicionales, en especial la prensa, perdieron más de una década, la inicial, por no ser plenamente conscientes de que la revolución digital que se iniciaba suponía una transformación más profunda y rápida que cualquier otra sobrevenida hasta entonces en el ámbito de la comunicación, que abría nuevas formas de comunicación caracterizadas por su inmediatez, su carácter masivo y su bajo coste. No era un complemento que podría incluso incentivar la lectura impresa, sino algo que venía a transformarla primero y a sucederla después. Esa prensa, sobre todo en Europa, venía de dos décadas, los ochenta y los noventa, de indudable bonanza. El reciente episodio vivido en Andalucía, la supresión de la rotativa del diario Ideal, de Granada, que con 90 años de existencia nunca había carecido de ella, y ahora pasa a imprimirse en Dos Hermanas, a 260 kilómetros, en la de su colega ABC, pone el dedo en la llaga: ¿cuántos años durará esa edición impresa?

 

Cada año desaparecen diarios que han venido editándose en papel, los nuevos no pasan de rara curiosidad y normalmente en ellos el papel es mero apéndice de la edición digital. Lo usual es que el nuevo diario o semanario sea puramente digital. El proceso es irreversible, aunque el ritmo   resulte bien diferente según los países.

 

¿Qué sustituye a lo que desaparece?  Un estudio relativamente reciente -2018, pero las cifras se modifican con rapidez- de la Universidad de Navarra cifraba en el entorno de los 3.400 los periódicos digitales españoles. En 2022 muy probablemente superen los 3.600. Una cabecera comarcal como Astorga -12.000 habitantes- ofrece hoy tres diarios digitales puramente locales, la canaria Arrecife -60.000 habitantes- mantiene cinco, y Alcoy -otros 60.000 habitantes- dispone asimismo de 5, siempre sin contar ediciones de órganos provinciales o regionales. Bendito pluralismo, podría pensarse viniendo de etapas en las que la mayoría de las capitales de provincia solo ofrecían un diario en papel. Pero cuidado, los nuevos medios, casi siempre privados, salvo algunos órganos municipales, tienen plantillas muy reducidas y ofrecen condiciones laborales muy deficientes. Sustituyen, pero a menudo no dan la talla. Significativo: un reciente informe -2021- del Observatorio de la Universidad Internacional de Andalucía sobre perfiles profesionales incluía el periodismo entre las profesiones peor retribuidas actualmente en España. Los medios digitales tienen menores costes, pero también la publicidad en internet es bastante más barata. Ocurre asimismo que el abaratamiento facilita muchas iniciativas poco sopesadas y la duración media no es alta. Además, la lucha por la publicidad es aguda entre tan elevado número de medios y no ayuda ni a la calidad ni a la independencia.

 

Por ello vemos precisamente como se va diluyendo el concepto mismo de publicidad. Los medios digitales, incluso los tenidos por más solventes, ofrecen una variada gama de contenidos patrocinados, fórmulas que ocultan o relativizan la procedencia y el objetivo puramente publicitario. Se disfraza de información lo que es mera propaganda. El periodismo de investigación se torna imposible fuera de un reducido grupo de grandes medios, la aportación propia y la comprobación de las informaciones es mínima y cede en favor de la información facilitada por los numerosos gabinetes de comunicación, las agencias o incluso la captada de las redes sociales. Constatamos, en paralelo, cómo los núcleos dirigentes, y en especial la clase política, elige la comunicación por Twitter, inmediata y masiva y que solo requiere comprimir la información en pocas palabras. Todo un alivio para políticos: no caben preguntas y no hay que prodigarse en explicaciones. Es una comunicación barata y directa, mejor que una siempre compleja campaña electoral.

 

En una sociedad como la española, tan habituada a la consulta gratuita de los medios, el órgano de pago, de servicios por suscripción que surge en este nuevo panorama, encuentra muchas dificultades.  Recordemos de dónde venimos: el auge de la prensa gratuita en vísperas de la crisis de 2008. Una ciudad como Sevilla mantenía cuatro diarios de esas características. Pero es cierto que lentamente se va imponiendo el sistema -que ayuda notablemente a la información de calidad- de forma que la suscripción digital, que es comparativamente barata, avanza entre nosotros, como en toda Europa. El éxito perceptible de las plataformas de intercambio de vídeos por abono es otro buen exponente. Cuando sean muchos los medios que comiencen a tener más ingresos por abono que por publicidad, el sistema ganará en calidad y en credibilidad. Pero mientras…

 

Sea en papel o en pantalla, sean veteranas emisoras de radio o canales locales de televisión, es una información que, aun con sus aludidas limitaciones, da la cara y se identifica, pero ha de competir con otros medios muy diferentes. Aparecen esas redes sociales donde nada ni nadie exige comprobación de veracidad, donde lo que se presenta como información circula con rapidez y gratuidad e incluye las más insospechadas informaciones, a menudos falsas o descontextualizadas. Aparecen figuras nuevas, como los influyentes (influencers), que ganan de inmediato popularidad y credibilidad, aunque tan a menudo no se distinga en sus intervenciones lo que es afirmación o posición propia de lo que es mera recomendación publicitaria, sin que falten evidencias de algún descomunal desconocimiento. Resulta imprescindible que se organicen, aunque sea complejo, fórmulas democráticas para detectar y combatir con rapidez y eficacia el bulo o la información falsa, con tanta frecuencia interesadamente falsa. Los dos años que hemos vivido con la pandemia causada por el Covid-19 han sido tan pródigos en falsas noticias, en elucubraciones descabelladas, con procedencias y autorías fingidas o no fáciles de identificar, que raros serán los ciudadanos españoles, o europeos, que no se hayan sentido víctimas de una u otra forma de engaño.

 

Consecuentemente, el periodismo, o sencillamente la comunicación, se tornan elemento inseguro y generan suma desconfianza. El periódico amarillo, el programa de televisión sensacionalista, tan justamente criticados, son sucedidos por un universo mucho más difuso. No hay estudio que no ratifique la baja credibilidad general del sistema informativo, el poco aprecio, con excepciones, de la labor periodística, que tiende además a ser devaluada porque todos nos sentimos ya periodistas, tomando fotos o grabando vídeos, nunca comprobando.

 

No hay otro camino que aprovechar los aspectos positivos del nuevo sistema comunicativo, ese carácter masivo, esa rapidez en la transmisión, ese menor coste, pero en paralelo apostar por una información más solvente, más contrastada, más profesional.  Medios volanderos, aunque sean muchos, no garantizan ni calidad ni independencia, debemos apostar por medios sólidos, capaces de estar por encima de presiones económicas, sociales o políticas, de intereses concretos que son los que hoy por hoy están creando o sosteniendo muchos medios. Son imprescindibles, pero tienen su coste. La información barata, sin otro aliciente, no es el camino. Acaba, se está viendo, por no ser información.

Este artículo forma parte de nuestra publicación «Hacia dónde avanza la comunicación: 25 reflexiones imprescindibles».