por Juan Pablo Bellido. Decano del Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía
Un proverbio judío advierte que “el futuro del mundo pende del aliento de los niños que van a la escuela”. Trazando un sencillo paralelismo, cabría concluir, igualmente, que el futuro del Periodismo y de la Comunicación Audiovisual pasa, también, por quienes acaban de iniciar su aventura en la universidad con el anhelo de incorporarse al mercado laboral lo antes posible.
Sin embargo, los jóvenes que hoy cursan algún grado universitario en Periodismo o Comunicación Audiovisual vislumbran un futuro incierto. El cambiante escenario mediático, unido a la permanente crisis en la que parecen encontrarse instalados los medios de comunicación, invitan a muchos futuros profesionales del sector a preguntarse qué será de ellos cuando abandonen las aulas y decidan emprender la aventura de buscar un empleo.
De sobra es conocido que la crisis económica que azotó el mundo occidental a partir del año 2008 –y que se ha visto ahora acentuada con la pandemia del coronavirus– ha afectado a todos los sectores productivos, aunque se ha cebado, especialmente, con el sector de la comunicación. La brutal bajada de ingresos en concepto de publicidad y el vertiginoso descenso en la venta de periódicos impresos han empujado hasta la quiebra a muchas empresas del sector y han llevado al resto a replantearse seriamente su futuro.
Para algunos autores, la irrupción de las nuevas tecnologías ha influido negativamente en la viabilidad de muchos medios tradicionales. El espíritu del «todo gratis» que parece impregnar el uso de internet viene obligando a las empresas periodísticas a reinventarse, a idear nuevas fórmulas para conseguir ingresos que complementen o sustituyan los beneficios procedentes de las ventas de ejemplares y, sobre todo, los del fragmentadísimo mercado publicitario, en caída libre desde hace años.
Pese a ello, los muros de pago, como fórmula predilecta para tratar de captar suscriptores, no terminan de remontar el vuelo en un escenario tremendamente cambiante, en el que el público adolescente y universitario apenas parece mostrar interés por el tipo de actualidad que ofrecen los medios. Y, si lo hace, suele ser a través de canales o redes que brindan la noticia de forma aislada y, por tanto, desprovista del necesario contexto que supone la concreta ubicación en una página o en un informativo.
Por eso debemos reinventarnos. De la mano de la universidad, de las empresas periodísticas y de los colegios profesionales. Porque sin negar los efectos perniciosos que internet ha podido generar en las empresas informativas, también es justo subrayar que la red de redes representa una extraordinaria oportunidad para muchos profesionales en búsqueda de empleo que, difícilmente, podrían ejercer el periodismo en unos medios más ocupados en esquilmar sus plantillas que en contratar a nuevos empleados.
En los últimos años estamos asistiendo a un proceso de transformación continua en los medios de comunicación que no solo obedece a innovaciones tecnológicas, sino también a cambios culturales y sociales. Porque para muchos consumidores, especialmente para los más jóvenes, la prensa tradicional resulta ya aburrida y poco concisa. Decía Zygmunt Bauman que es “la velocidad, y no la duración, lo que realmente importa” en esta sociedad contemporánea en la que nuestros jóvenes visualizan sus series favoritas a 1,5X, asumiendo así una tendencia que quizás arrancó en Youtube y que hoy es práctica generalizada en muchas plataformas de streaming. Como apuntara Ramiro Mac Donald, semiólogo y profesor universitario, “la levedad del ser y la velocidad del mundo, juntas hoy, conforman el eje trágico de esta vida moderna”.
Por si fuera poco, las redes sociales brindan a nuestros jóvenes la sensación de sentirse bien informados, ya que permiten acceder a gran cantidad de información –o de desinformación, según se mire– mientras los medios tradicionales se hacen eco de noticias que han sido adelantadas con bastantes horas de antelación en plataformas como Twitter y que, cuando llegan a los boletines de radio, a los informativos de televisión o a las páginas de los diarios, ya han pasado horas desde que desaparecieron de las Tendencias.
Es otra de las caras de lo que se ha dado en llamar “comunicación líquida”, una práctica preponderante en un mundo marcado por la instantaneidad, la inmediatez y la incertidumbre. Los nuevos públicos, cada vez más acostumbrados a repartir su atención en varias pantallas a la vez, tuiteando o enviando mensajes de WhatsApp mientras ven una película, terminarán definitivamente de desconectar del modo en el que los medios tradicionales informan, forman o entretienen.
Por eso, se hace imprescindible un cambio de paradigma comunicativo que no solo lleve a replantear las políticas editoriales de los medios, sino a apostar por nuevos formatos, impulsar nuevos contenidos e innovar en la formulación de nuevas narrativas periodísticas que hagan más atractivo el noble oficio de analizar y de contar la realidad que nos rodea.
Surgirán así categorías profesionales que, hoy por hoy, ni siquiera acertamos a atisbar, de modo que muchos de los estudiantes que hoy inician sus estudios de Periodismo o de Comunicación Audiovisual terminarán desempeñando trabajos que, a día de hoy, todavía no se han inventado. Y quienes se decanten por fórmulas más tradicionales, por el periodismo “de toda la vida”, es probable que se ocupen más de desmentir bulos o fake news que de generar contenidos informativos cada día.
El escenario que se nos plantea es tremendamente incierto, cambiante. Pero, no obstante, abre bastantes e interesantes puertas para nuestra profesión. Solo debemos saber estar a la altura de las circunstancias y afrontar con amplitud de miras un futuro que puede ser apasionante.
Este artículo forma parte de nuestra publicación «Hacia dónde avanza la comunicación: 25 reflexiones imprescindibles».